El transporte por carretera, pieza central de la economía europea, atraviesa uno de los desafíos estructurales más graves de las últimas décadas. La escasez de conductores profesionales continúa creciendo sin señales de estabilización. En 2024, más de 426.000 puestos de conductor permanecieron sin cubrir en la Unión Europea, y las previsiones más conservadoras apuntan a que esta cifra podría duplicarse antes de 2028.
El impacto es claro: el flujo de mercancías, y con él la competitividad económica del continente, podría verse seriamente comprometido.

Las principales compañías flotistas europeas coinciden en que el problema no responde a un único factor, sino a la convergencia de tres grandes presiones: la caída del atractivo de la profesión, el envejecimiento de la fuerza laboral y unas políticas migratorias cada vez más restrictivas.

Una parte esencial del colapso potencial reside en la regulación de acceso a la profesión. En los últimos años, varios Estados miembros han endurecido los requisitos de visado y permisos de trabajo, dificultando la llegada de conductores procedentes de terceros países, que históricamente han sido un pulmón clave para el sector. Estas restricciones, según apuntan diversos actores del transporte europeo, se han convertido en uno de los principales cuellos de botella para mantener operativas las flotas.

A ello se suma un problema generacional. Miles de conductores veteranos se encuentran a las puertas de la jubilación, mientras que las nuevas generaciones muestran poco interés en incorporarse al transporte por carretera. La percepción de la profesión como un empleo duro, con elevados niveles de estrés y una conciliación compleja, ha debilitado su atractivo. En muchos casos, el sector no compite en igualdad de condiciones con trabajos físicamente menos exigentes y mejor remunerados.

Las grandes empresas de transporte de Europa han advertido que sin una estrategia específica centrada en el conductor, la situación no hará más que deteriorarse. Reclaman un modelo de gestión basado en el bienestar del profesional: condiciones dignas en carretera, áreas de descanso seguras, horarios razonables, estabilidad contractual y una formación continua que permita elevar la profesionalización y reducir la rotación.
Otro de los pilares clave es la modernización de flotas. Muchas de estas compañías ya operan con vehículos de última generación, con edades medias de entre dos y cuatro años, buscando ofrecer mayor confort, seguridad y eficiencia. No obstante, subrayan que la tecnología por sí sola no garantiza la permanencia del conductor si no se acompaña de un enfoque humano y de respeto hacia el colectivo.

Ante este escenario, la Unión Europea ha empezado a mover ficha. Entre las principales medidas que se están impulsando se encuentran:

– La reducción de la edad mínima para acceder a la profesión. La UE trabaja para que los conductores puedan formarse desde los 17 años y obtener la habilitación profesional a los 18, con el objetivo de favorecer el relevo generacional.
– El reconocimiento europeo de competencias dentro de la iniciativa Union of Skills, que evalúa las carencias profesionales del sector y busca mecanismos para atraer talento.
– La armonización del reconocimiento de permisos y la simplificación de visados para profesionales extracomunitarios, una vía que podría aliviar parcialmente la escasez.
– Proyectos como STEER2EU o SDM4EU, destinados a estudiar y mejorar los procesos de incorporación de conductores procedentes de terceros países.

Las principales empresas flotistas del continente insisten en que la responsabilidad es compartida: instituciones, cargadores y operadores deben actuar de manera conjunta para evitar un colapso logístico que afectaría de forma directa al comercio, la industria y el consumo en Europa.
El mensaje que lanzan es claro: sin medidas estructurales que garanticen el acceso a la profesión, mejores infraestructuras para los conductores y una regulación más adaptada a la realidad del sector, la falta de personal seguirá creciendo y el sistema de transporte europeo no podrá sostener el ritmo que exige la economía.

El diagnóstico está claro; ahora, la cuestión es si Europa será capaz de actuar con la rapidez y ambición que requiere un desafío de esta magnitud.

Carlos Zubialde

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