Parece que todos los elementos se han conjurado para que por fin nos demos cuenta de que vivimos en un planeta con recursos finitos. El único recurso por el momento que no tiene fecha de caducidad es el sol, pero todo el resto de recursos que necesitamos para mantener la sociedad actual, tienen fecha de caducidad.

Las materias primas se terminan, es una realidad incontestable; la pregunta es cuando, no tanto cuáles porque se terminaran todas, sino que cuando. El cuándo nos da el plazo que tenemos como sociedad para cambiar el modelo antes de cargarnos el planeta y no dejar nada a las generaciones futuras.

No hablaré del litio, ni el uranio, vamos con el petróleo, parte fundamental del sistema de transporte mundial actual. Dicen que las reservas de petróleo escasearan ya a partir del año 2030, y que incluso el diesel, el combustible por excelencia en el transporte, tiene los días contados antes de ese año.

Ante este panorama solo tenemos una opción, afrontar un cambio radical de estilo de vida; y un cambio radical de estilo de vida supone también un cambio radical de los sistemas de transporte, un cambio radical de las cadenas de suministro.

Y aunque los augurios sean tan pesimistas, y el petróleo no se termine para el 2030, esto no debe de hacer que perdamos de vista lo insostenible de las actuales cadenas de suministro y los sistemas de distribución, con ciudades pobladas de vehículos realizando cientos de entregas ineficientes, con un porcentaje de carga inferior al 25% de su capacidad media.

¿Cambiará la forma del transporte del futuro?

Algunos dicen que sí, ponen sus esperanzas en modelos futuros que ahora mismo no podemos visualizar como los coches autónomos o las entregas con drones. Mientras eso llega (si llega), lo que podemos hacer es algo que está en nuestras manos: ser más racionales en el uso de los recursos que hoy día tenemos.

Artículo de opinión de Carlos Zubialde

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