Italia enfrenta desafíos en su papel como mediadora entre EE. UU. y Europa ante las tensiones con China y EE. U. en un escenario de nueva Guerra Fría
Italia enfrenta el reto de mediar en un escenario global marcado por tensiones entre EE. UU., Europa y China, en medio de una creciente polarización internacional.

La reciente misión diplomática de Giorgia Meloni en Estados Unidos ha supuesto un logro importante para Italia, pero ahora la mandataria afronta uno de los retos más complejos: actuar como mediadora en futuras negociaciones entre Washington y Bruselas. Las relaciones entre EE. UU. y Europa se vuelven cada vez más tensas por las solicitudes estadounidenses, que algunos califican de draconianas y que buscan reestructurar el orden mundial establecido tras la Segunda Guerra Mundial.
Según se ha filtrado desde la Casa Blanca, las demandas principales de EE. UU. girarían en torno a la compra de productos financieros de larga duración por parte de países en proceso de integrarse en el circuito del Tesoro estadounidense. Este movimiento permitiría a Washington reestructurar su deuda pública, debilitando estructuralmente al dólar y financiando un Plan Marshall 2.0 destinado a reducir la dependencia de China. La estrategia busca además promover un desplazamiento de fondos desde los treasury (bonos del Tesoro estadounidense) hacia los bund alemanes, en un intento de desacoplarse económicamente de Pekín.
Este proceso de desconexión con China implica sacrificios económicos para Europa, que podría verse atrapada en sanciones o controles de mercado si acelera la transferencia de fondos. China, por su parte, ha advertido que tomará represalias contra países que se opongan a sus intereses, incluyendo potenciales acciones militares o medidas económicas severas. La apreciación del euro frente al dólar por la fuga de fondos pone en riesgo la competitividad europea, afectando el comercio y la exportación.
En este contexto de tensión, EE. UU. también busca presionar a sus aliados para que abandonen las importaciones chinas, con respuestas que van desde aumentos en aranceles hasta la militarización de componentes económicos como las swap lines de la Reserva Federal, especialmente con la llegada de un nuevo liderazgo en la institución. La Unión Europea, en particular, se encuentra en una posición vulnerable, «como un vaso de cerámica», frente a este escenario de una nueva Guerra Fría que parece favorecer los intereses estadounidenses a costa de los europeos.
Mientras tanto, Pekín ha endurecido su postura, advirtiendo sobre posibles sanciones para aquellos países que tomen decisiones en contra de sus intereses, incrementando así la incertidumbre en el continente. La estrategia estadounidense, aunque dolorosa, busca consolidar un modelo occidental que rechace la influencia china y fortalezca la hegemonía del dólar, lo cual implicaría, a corto plazo, mayores sacrificios económicos para Europa, pero también un posible riesgo de que sectores enteros sean absorbidos por empresas chinas si Pekín sigue transfiriendo liquidez desde los treasury a los bund.
Ante este escenario, la postura europea no solo debe centrarse en resistir las presiones, sino también en negociar para que dichas medidas no afecten en exceso su economía social. Una propuesta sería acompañar el aumento de las importaciones estadounidenses con un plan conjunto de transformación económica, redirigiendo el foco del export-led (orientado a la exportación) al consumo interno, para promover una economía más equilibrada. Sin embargo, los problemas estructurales, como la gestión de activos estratégicos en Italia, evidencian una falta de visión a largo plazo en las políticas industriales del continente.
Un ejemplo es la situación del ex Ilva, cuyo cierre parece ser la opción más rápida, pero que implica la pérdida de un activo estratégico para el país. Algunos expertos sugieren la nacionalización de plantas clave, como la de producción de acero para defensa, para potenciar la industria y responder a emergencias estratégicas. Además, otras compañías como Metinvest han emergido como actores en el sector siderúrgico italiano, mostrando que la gestión de estos activos necesita una visión coordinada y de sistema para evitar la pérdida de soberanía industrial.
En definitiva, la administración de Giorgia Meloni deberá trazar una estrategia que permita negociar con Washington sin sacrificar en exceso los intereses económicos y sociales del país, al tiempo que refuerza la necesidad de impulsar una política industrial propia, desvinculándose del modelo dependiente del green deal o del control del Banco Central Europeo en la financiación de gastos en defensa. Solo así Italia y Europa podrán afrontar los nuevos desafíos en un escenario internacional marcado por una tensión creciente entre superpotencias.